Para Rosario Porto la vida
social era el centro de su vida. Lo que vieran y pensasen de ella
era de vital importancia. Siempre quiso llevar una vida que se
ajustase al perfil de mujer que tenía en su cabeza. Cuentan que un
mazazo importante fue que su padre no confiase en ella para continuar
con el despacho de abogados que tan popular hizo a Paco Porto en
Santiago de Compostela.
Lo cierto es que todo
apunta a que Charo no era tan trabajadora y constante como su padre y
es posible que ese fuera uno de los motivos por los que el viejo
Porto no contó con su hija una vez agotado el plazo de dos años en
los que estuvo como pasante en el bufete familiar. Después, afirma
Charo, colaboró haciendo algunos trabajos de asesoría por lo que ni
tan siquiera se dio de alta como autónoma en el RETA. Con la muerte
primero de su madre y seis meses después de su padre, Rosario pasaba
a vivir de los beneficios obtenidos por la venta de uno de los
inmuebles de su herencia y los dividendos de una cartera de
inversiones que asegura poseer.
El rompecabezas de la
muerte de Asunta se hace más complicado a medida que se obtienen
nuevos datos sobre quiénes eran y cómo vivían los Basterra Porto.
Un periodista con poca suerte a la hora de encontrar asiento en algún
medio compostelano y una abogada que había tratado sin éxito de
despuntar profesionalmente a la sombra de su padre. Rosario no era
una mujer triste o deprimida para las personas con las que se
relacionaba, más bien al contrario, la recuerdan como “una tía
muy echada para adelante y que no callaba. Llegaba a las reuniones de
padres y quería proponer de todo y opinar de mil cosas”.
Uno de los mayores
problemas para Charo es que nadie cree sus incongruentes relatos. No
es el juez únicamente quien pone en duda todo lo que contó en sede
judicial. Las personas que de su entorno a las que llamó la noche de
aquel fatídico 21 de septiembre tampoco creyeron a Charo y por eso
consideraron que lo correcto era acudir a la comisaría del Cuerpo
Nacional de Policía a compartir con los agentes los extraños
detalles de aquellas comunicaciones en las que encontrar a Asunta no
parecía una cosa tan prioritaria como realizar las propias llamadas.
Desconozco si Charo tenía
miedo a la muerte, pero puedo asegurar sin temor a equivocarme que a
Charo lo que le espantaba era sufrir la muerte social. Esa en la que
ha ido agonizando su personaje a medida que se iban conociendo
detalles del asesinato de su hija. “¡Están ahí todos los
medios!” Eso es todo lo que acertó a decir, antes de romper a
llorar desconsolada, el día de su primera declaración ante José
Antonio Vázquez Taín. Soportó el relato sobre los detalles de la
muerte de su hija que arrojaba la autopsia, pero no pudo soportar su
propia muerte, su muerte social. Por eso me pregunto si cuando le
dijo a una amiga suya: “Era Alfonso o la muerte” se refería a
esa muerte social.
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